martes, 17 de julio de 2007

PEPE GALLO Y GUIDO COSTA

Un espacio par compartir historias del barrio y del colectivo imaginario y popular.

Si usted alguna vez transitó por Boulevard Zavalla buscando la salida de la ciudad, los habrá visto en la esquina de su intersección con la calle Entre Ríos, ahí donde estaba el almacén y despacho de bebidas de don AJMAT FELAJ.

Del organismo de aquella casa ha quedado solamente su piel, epitelio del cual las lluvias y los soles han borrado manchas, sueños, ofensas, lamentos y broncas gestadas en su interior … “Vayan a pelearse afuera” … se habrá oído muchas veces previniendo a tiempo.

Su organismo no existe, al menos el que yo conocí y es el que a mí me interesaba; pero más doloroso es para mis recuerdos de chico, que con el alejamiento de todos, aquel boliche perdió su alma.

Primero murió él, luego ella, las hijas se casaron y marcharon, también Omar, mi compañero de la Escuela Colón.

Pero PEPE y GUIDO se quedaron, como dos penitentes, como dos centinelas custodiando el lugar y el pasado.

No sé de qué cosas hablarían en tantas tardes como si todas fueran de interminables domingos, tardes perdidas, sin copas, sin oficios ni juego, sin barajas ni maíces, solamente estar, permanecer; así pasaban las horas y sus días estos hombres que no creo hayan discutido alguna vez, y si lo hicieron habrá sido por la precisión de alguna fecha en duda, por un error en el fixture, o por alguien cuyo apellido confundían.

La costa y las islas, alguna estrella fugaz que pareció perderse en el patio de la Escuela Pascual Echagüe y uno preguntó al otro: …”¿La viste? … y una respuesta asaz breve: … Ahaá…, la muchedumbre enfervorizada rumbo a las noches o tardes de gloria de Colón, o la desgracia de algún canillita que rompió su bicicleta y no pudo vender los diarios, andarían entre sus conversaciones sin polémicas, y de acuerdo en todo los dos, sus diálogos lineales, sin sobresaltos, sin ademanes –las manos siempre por detrás-, sus elocuentes silencios, la luna y el sol sobre sus sempiternas gorras, constituían su universo; parecía que miraban hacia el norte como si custodiaran la retaguardia del sur …

Un día Guido faltó a la cita y Pepe lo esperó mucho tiempo.

Por qué esquinas transitadas por almas habrá caminado su amigo, qué jardines más lindos, mejores que aquella ochava sin flores habrá ido a buscar para haber dejado a su compañero?

Pasaron los días y Pepe continuó yendo.

Pero no era lo mismo.

La guardia de la esquina había sido siempre de a dos.

Entonces Pepe entendió que debía alejarse de allí, que la ciudad había cambiado, había muchas cosas para ver lejos de ahí.

Y salió a caminar. Lo hacía rápido como si con ello calmara su ansiedad, parecía lanzado en una carrera de metas inexistentes, como bocha que no llega al final, como buscando una quimera, con sus ojos claros y su mirada triste, el cuerpo cada vez más descarnado … Y su soledad de noni.

Hasta que entendió que debía ir a buscar a su amigo Guido y sin avisar, enderezó sus pasos hacia la Eternidad.

¿Lo habrá encontrado?

Imagino a Guido diciéndole: - … “te acordás cuando el tango preguntaba DÓNDE ESTÁN LOS MUCHACHOS DE ENTONCES? … están todos aquí, vení, hasta hay algunos que se me habían olvidado …

La razón -humana- no tiene noticias ni datos de sus vidas, allá en la inmensidad del firmamento, que a la noche parece un océano, mucho más grande que el Salado o las lagunas e islas que ellos frecuentaron.

Vaya uno a saber si de noche no montan guardia en alguna constelación, en alguna de las cuatro esquinas que forman “LA CRUZ DEL SUR” … por ejemplo …

La esquina, desguarnecida, es una esquina más, sin ellos.

Hoy los evoco de este modo, con esta prosa sencilla como fueron sus vidas, para que alguna vez alguien lea sobre sus días y los recuerde, como un canto a la amistad que unió a aquellos hombres.

Para que no caigan en el olvido.

Que es más triste que la muerte.